En el corazón del pensamiento antiespecista yace un rechazo absoluto a la mercantilización de la vida. Es la negación del pensamiento antropocentrista que considera que la especie humana tiene un derecho quasi-divino a poseerlo todo, a convertirlo todo en propiedad privada.
Pese a este antimercantilismo intrínseco hay miles de personas con traje y corbata que nos ven como potenciales consumidores y como materia prima para alimentar su repugnante maquinaria. Quienes luchamos contra el pensamiento antropocentrista en el que las no humanas son mercancía, nos estamos convirtiendo en mercancía.
Tan paradójico como suena, tampoco sorprende, ya que cualquier sistema dominante tiende a absorber la disidencia para sobrevivir, a hacerla suya y adaptarla para sus fines. Desde la reconversión de las y creencias espirituales y religiones paganas que vieron nacer al cristianismo a la normalización del punk como algo puramente estético y despolitizado que pone banda sonora a las machiruladas de American Pie.
Aunque probablemente con buenas intenciones, desde el movimiento a menudo se le hace el juego a la panda de matones individualistas que ven negocio en cualquier esquina. Quizás el mayor fallo en este aspecto es enfocar el discurso pro-veganismo en torno a el concepto liberal de la “democracia del consumo”, que no es más que aceptar la antiracional “ley” de la oferta y la demanda.
Es muy probable que un menor consumo de productos de origen animal reduzca la producción de estos productos y, por tanto, la cantidad de animales que se esclavizan, torturan y asesinan día tras día (aunque esto se suele argumentar con un razonamiento excesivamente simplista y reduccionista). No obstante, el objetivo no es reducir el consumo de productos de origen animal, sino acabar con el pensamiento especista y las estructuras que sostienen este sistema de explotación exacerbada. Debemos ir a la raíz, y en este ataque a la raíz no caben “startups” y líneas veganas de empresas ya establecidas que no buscan más que sacar tajada del veganismo apropiándose de un discurso antiopresivo en el que no creen.
Aquí es cierto que nos encontramos en cierta encrucijada: La realidad es que hoy en día para la mayoría es difícil escapar de los circuitos mercantilistas y dentro de esta realidad es mejor comprar un producto que no conlleve explotación animal directa, aunque no sea un producto completamente “limpio”. Por esto puede ser contraproducente centrar la ofensiva sobre estos productos. Lo que sí debemos evitar hacer es centrar nuestro activismo y discurso en conseguir que los supermercados tengan línea vegana. Incluso si aceptásemos esto como algo que, aunque de forma transitiva, ayude a gente a ver fácil renunciar al consumo de productos de origen animal, no es nuestra lucha apoyar esto. Es algo que va a pasar y es inevitable, no necesitan nuestra ayuda, y mucho menos nuestra aprobación.
Hay que aprovechar la aceptación del veganismo y seguir empujando, pero añadiendo un fuerte discurso antiespecista, dejando claro que la lucha contra la explotación no acaba en dejar de consumir cadáveres, todo lo contrario, empieza ahí. La lucha contra el desarrollismo, el consumismo y el capitalismo son igual de imprescindibles si queremos un mundo donde nadie sea un producto.
Resumiendo: Menos aplaudir la línea vegana del Corte Inglés y más construir alternativas al consumo, proyectos de autogestión colectiva y lucha activa.